Si usted viene a Cuba con la exclusiva intención de disfrutar de sus playas y hoteles, de recorrer sus sitios históricos y de conocer la versión oficial de nuestra idiosincrasia, entonces este no es el sitio adecuado. Las guías al uso tienen un objetivo muy diferente al que yo quisiera proponerle. Aquellas le muestran los lugares maquillados para el coqueteo turístico, los rasgos folklóricos más convenientes para hacerle creer que usted ha llegado al país ideal y una diversidad de precios que le permite ajustar su bolsillo a la situación. Pero de esta manera usted sólo conseguirá regresar a su país con una perspectiva demasiado parcial, con una visión construida y mediada por los hacedores de guías y no habrá, por tanto conocido nuestra isla, sino un pequeño paraíso tropical fabricado a su medida.
Mi propuesta es de naturaleza muy diferente. Si lo que desea, en cambio, es llevarse una impresión más completa de la Isla de Cuba, deberá conocer también a su gente, sus costumbres cotidianas, su manera de pensar, los matices de su cultura, sus miserias y alegrías. A los colores pregonados por las guías turísticas deberá sumar los grises de las calles donde no encontrará un extranjero; ante la supuesta objetividad del discurso oficial podrá reservarse una opinión construida a través de la subjetividad de los protagonistas de la cultura nacional, la gente de pueblo.
Aquí es donde entro yo. Es precisamente mi subjetividad lo que pongo a su disposición. Son mis espejuelos culturales, como diría el viejo Wittgenstein, los que le presto para que se apropie de mi realidad. Eso sí, es probable que al final de nuestro viaje usted deseche gustoso mis espejuelos, pero para entonces algo habrá cambiado en usted. Me conformo con eso.
Mi propuesta es de naturaleza muy diferente. Si lo que desea, en cambio, es llevarse una impresión más completa de la Isla de Cuba, deberá conocer también a su gente, sus costumbres cotidianas, su manera de pensar, los matices de su cultura, sus miserias y alegrías. A los colores pregonados por las guías turísticas deberá sumar los grises de las calles donde no encontrará un extranjero; ante la supuesta objetividad del discurso oficial podrá reservarse una opinión construida a través de la subjetividad de los protagonistas de la cultura nacional, la gente de pueblo.
Aquí es donde entro yo. Es precisamente mi subjetividad lo que pongo a su disposición. Son mis espejuelos culturales, como diría el viejo Wittgenstein, los que le presto para que se apropie de mi realidad. Eso sí, es probable que al final de nuestro viaje usted deseche gustoso mis espejuelos, pero para entonces algo habrá cambiado en usted. Me conformo con eso.
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