El partido sigue siendo uno, indivisible, único, inobjetable. Ahora debe ocuparse menos de los asuntos del gobierno y más de controlar, perseguir, castigar, domesticar la opinión del pueblo. Debe concentrarse con urgente intensidad en censurar, vigilar, delatar toda idea nacida de la diferencia, todo susurro peligroso de convertirse en rumor, en furia, en protesta. Su tarea más importante es inculcar, adoctrinar, incrustar sus fósiles y represivas ideas en el imaginario colectivo.
Se mantienen en el poder los ancianos de siempre al mando de un ejército militar, que inauguró el congreso con un desfile marcial para mostrar el poderío bélico al que se tendría que enfrentar el pueblo si osara reclamar sus derechos, y liderando una masa de carneros capaces de cantar la Internacional a coro, como si tuviera algún sentido, como si no fuera cínico cantarla en este contexto tiránico y opresor.
El relevo de los geronto-líderes sigue en la espera: se le tacha de inmaduro, de incapaz y, sobre todo, de no confiable: “Après moi, le déluge”, debe pensar el consejo de ancianos.
Los poderes jurídico, legislativo, y ejecutivo siguen unidos, apretados en una férrea y sola mano. Se mantiene lejana cualquier posibilidad de democracia, se fomenta la injusticia social y siguen intactos unos pocos por encima de la ley, determinándola, constituyéndola.
El gobierno anuncia que autorizará a hacer lo que nunca debió haber prohibido: la venta de bienes particulares como casas y autos para los pocos que los poseen, y el comercio por cuenta propia, para crear un sector que acoja y apoye al medio millón de empleados que echarán a las calles.
Quienes critican al gobierno, tanto desde la oposición tradicional, como desde las nuevas generaciones que ganan espacio a través de escritos en páginas web, a través de la música, de la literatura y las redes sociales, siguen marginados, sin derecho a ser escuchados; quien se decida a calumniarlos, agredirlos, abuchearlos, cuenta con todo el apoyo del gobierno.
El hambre continua en los hogares, casas, escuelas y hospitales para el pueblo, mas no en las altas esferas. Los de a pie siguen esperando durante horas los autobuses que pasan indiferentes con personas colgadas en las puertas, mientras el dirigente las ve pasar desde su auto, a la vez que hace un comentario trivial a su chofer. Los de abajo sueñan con viajar, los de arriba regresan para volver a salir.
Tal vez algunos padres esperaban desde el exilio que el congreso del partido eliminase la ley que prohíbe a los cubanos viajar al exterior con menores de edad a menos que sea definitivo, pero aquellos seguirán desgarrándose día y noche mientras su hijita, su bebé, o su hijo crece en tierra comunista, donde el poder es la ley.
Los niños todavía reciben una alta dosis de ideología en sus escuelas y repiten consignas que no comprenden. Sus padres, si tienen la suerte de contar aun con sus trabajos, pertenecen obligatoriamente a un sindicato que los vigila, los presiona, y les hace pagar una cuota mensual por ello.
Los retirados aun cobran una mínima pensión que no alcanza para alimentarlos, vestirlos, ni asearlos adecuadamente. Mis abuelos todavía tienen esa cara triste de quien piensa en lo que ya no tiene remedio.
Los jóvenes aun sueñan con largarse definitivamente del país, sus padres los animan pues la emigración hacia lejanas tierras capitalistas es la única garantía para no tener que verse en el espejo de sus propios progenitores. Los nietos que lo consigan no verán morir a sus abuelos.
Ha terminado el congreso del partido. El gobierno se toma su tiempo, pide más sacrificio y traza sus objetivos para los próximos cinco años; entonces el presidente tendrá 84 años, el vicepresidente 85. Los cargos políticos tendrán a partir de ahora un máximo de duración de 10 años. Para cuando finalice este período, el presidente tendrá 89 años y el vicepresidente 90.
Ha terminado el congreso y el partido sigue ahí, obedeciendo sin cuestionar las órdenes de sus dioses, cuyo principal milagro consiste en hacer posible que todo se mueva sin que nada cambie.
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